sábado, 20 de junio de 2009

AQUEL QUE ME DIJO

Ingenioso vagante
que caminas con ardor,
y maltratas las pisadas,
enséñame a vivir.

Dime que he de hacer,
dime como llorar,
como reír,
dime como.

Hazme un guiño de descaro,
para que así venga el desaliento,
y me unte de pasión
ante un viejo abeto.

Y tú, pequeña enamorada,
caerás entre mis brazos,
pequeña, desnuda, débil,
como una fruta temprana
que madura junto al aliento de un anciano.

Y te sentirás segura,
pues aquel que me dijo,
sí, me dijo como actuar,
era grande, increíble.

Y entonces,
tras recobrar aquel aliento
de joven despreocupada,
sabrás que decir.

Me recordarás a la noche,
junto a la mesilla,
mientras sueñas con un día,
mientras vives en la noche.

Cuando todo se haya secado,
sólo quedará tu pelo
enredado entre mis brazos.

Y entonces, cuando el viento
me hable lentamente,
te diré mil letras al oído,
cuando me acueste cansado.

lunes, 15 de junio de 2009

AMÉRICA



Y marché en busca de América, tropezando con las piedras del camino. El sol quemaba ligeramente mi cara. Una racha de aire fresco rozó mi nariz. El cadillac aún expulsaba aquel humo atronador que lo hizo feroz en sus tiempos de rebelde. La carretera parece dulcemente interminable. Simon and Garfunkel se oyen de fondo. Y todo, absolutamente todo está reñido por la libertad. Libertad que te toca suavemente, te mira, y te hace sentir un soplo de valor en el pecho. Mientras, a mi lado, un autoestopista busca en la guantera unas gafas de sol que uso de repuesto. Sonrío, y aprieto el acelerador. Me doy cuenta de los problemas con el contador de gasolina, sí, aquellas gasolineras tienen algo de especial, cuando te posas en su suelo se respira bien. Al llegar cogí la manguera que conectaba los bidones con mi coche. Me monté de nuevo, el autoestopista esputó con aliento felino. Me asusté un poco, el Bourbon no es para cualquiera. Él era un tipo pálido, su oscura melena tapaba su espalda, y un bigote incipiente le recordaba su juventud. Me miró aliviado, y me puso un gesto de despedida. Se fue andando de nuevo entre los arcenes. Yo no sabía que hacer, sencillamente no le gustó mi estilo. Me monté en el coche de nuevo, mientras un cigarrillo adornaba mis labios. Y el fuego escapó de su prisión. Entonces llegué a un extraño poblado, parecía latir de vida. Sus calles, una imitación del viejo oeste. Aquel Western que en cualquier película de Clint Eastwood se introducía como tema principal. Y la brisa era cálida, mezclada con tierra y piedras diminutas. Y entonces me vino a la cabeza la imagen de los vagabundos de carretera. Aquellos autoestopistas aventureros, a la vez cansados, algunos asesinos, otros grandes tipos. Y sonreí, y bajé de aquel cadillac para dejarlo aparcado frente a una cafetería. La mujer que atendía a los clientes llevaba unos rizos muy peculiares, mientras sostenía la jarra de café con la que me serviría mi ración diaria de desayuno. A mi lado, encontré un tipo parecido al cantante de ZZTOP, el olor de sus sobacos era tremendamente horrible. Y entonces, parado, me dí cuenta de la cantidad de sentimientos que produce la tierra estadounidense, aquel sentimiento de libertad en la Route 66, aquellos autoestopistas que se pierden en las orillas, aquellos saltamontes que viven en los desiertos, aquellas rocas rugosas que se acuestan en la ladera. Y los cadillacs, moviéndose a ritmo rockabilly, mientras un pequeño brote de viento les dice que es hora de apretar la velocidad. Y todo eso, se une contra los deseos de planificación, y la locura está presente. La visión de un mundo lleno de sombras coloridas, y el placer de verse involucrado en la pequeña anarquía de vivir en la clandestinidad. Mientras un soplo de aire fresco te ayuda a recordar a Peter Fonda, y buscas su cara escondida entre pañuelos y barbas, azotadas por el humo de la marihuana. Y, tras varios vistazos al horizonte, te sientes como en casa, siendo de un país lejano.

sábado, 13 de junio de 2009

Simplemente, mírame.

Mánchame,
mátame,
mírame de espaldas,
simplemente, mírame.

Eres aquella, sigues
siendo aquella que
me dio su pasión,
y me robo la vida.

Y parezco, sin parecer,
un lago abandonado,
cerca de una piedra,
canto de frases pulidas.

Me mentí, parecía afortunado,
y sentí tu pelo,
susurrando, sólamente
me ví.

Pasaron por mi vida ocasos,
ocasos de inviernos,
de veranos, y una primavera
que trajo consigo una pequeña nota.

Y en su vientre,
nido de desgracias,
reposé mi sentido,
hablé en silencio.

No me digas que ni lo intenté,
si mi vida gira en torno a la obsesión,

No te atrevas a mirarme
sin más,
siendo humilde...

...no puedo ser perspicaz.

Y mánchame,
mátame,
mírame de espaldas,
o simplemente,

mírame.

Así es...

Arriba, cerca del tejado, no quedaban plantas. Un arbol se había secado. Subí hacia arriba, lamentado de ser un tipo demasiado alegre para escribir. Y sonreí, por primera vez, y después manché mi pecho con las letras pasadas. Y entonces, mientras respiraba al lado de la chimenea, me vino otra vez a la cabeza, sí, aquello que llaman dolor. Y lloré, mientras mi vida reposaba igual que siempre, lamentándose, sufriendo, durmiendo.

jueves, 4 de junio de 2009

MOON RIVER


Cuando dije de mirar al frente, creí que estaba equivocado. Y soñé, mientras me empapaba rodeado de letras sin amor. Y ya, tras un ocaso que se desvaneció, me siento enrojecido. Y hablo una vez más con una planta solitaria. El río, ese río que acecha desde lejos como un cristal raspando un hilo de luz. Y lo miro, me quedo prendado. Su sabor, un recuerdo. Su olor, los momentos que se vieron cerca del sol, tan lejos como ayer. Ayer tuve valor. Supe que mi alma estaba inquieta, aun siendo ese don de malas lenguas, lloré y me sentí encogido. El sol cae como un reflejo del fin. La luna empieza a verse por la esquina. El río la refleja como su fiel compañera, y se besan. Comparten sus vivencias al otro lado de la tierra. Manchan sus deseos con llantos imaginarios. Holly llora mientras desayuna frente a Tiffanys, "Fred" se recorre el mundo antes de encontrarla. Y yo, que soy un ente sin sentido frente al mundo, me caigo con la brisa de un otoño que se plasma en mi recuerdo. Y pienso. No tuve esa suerte. No supe dar al mundo mi sonrisa verdadera. El corazón quedó aislado, mientras me picaban las avispas. Me relajé. Tibiamente me abracé a ella. Reposó su cabeza entre mis brazos. Siendo ese perspicaz incauto, aquel que miente en silencio, mientras el viento hace posar una hoja en mi cara. Un beso se oye en el ambiente. No, no estoy bien. Me siento volando fuera de la realidad. Como si un camión hubiera arrollado a mi alma. Y sigo vivo, mientras pienso, mientras miro. Y el río sonríe, me hace un guiño, moja lijeramente mis pies, me acaricia. Miro al cielo, las estrellas brillan como antorchas en una cueva desierta. El agua me cierra los ojos. Duermo, siento su pelo en mi pecho, maltrato las horas que me encierran en la vida rutinaria. Alejado de un suspiro, me acerco a su oreja. Y soplo. Aquel llanto que nunca fue escuchado, ahora se oye un poco. Y me entristece. Despierto, el río se ha secado. Una vieja radio sonaba entre mis brazos. Lo sabía ya antes, sí, nunca podré encontrar aquel río iluminado por la luna. Aquel que se esfumó sin ser visto, mientras mi alma reposaba en la ladera. Miré hacia arriba, las estrellas eran un simple conjunto de hormigón. Tapé mi mente, y me ví encerrado entre paredes de yeso hurañas y pesadas. Abrí la ventana, respiré un poco. Aquella melodía resonó en mi cabeza, y recordé aquel lugar. Lloré por mojar mis pies. Un relámpago iluminó la habitación. Mis manos eran pasto de barrotes. Miro al horizonte, la vista no me alcanza. Y me caigo hacia atrás, señalo la pared, y me harto. Me acuesto simplemente, soñando con la luna, luz de un caudal lejano, cerca de un cielo común. Cierro los ojos, mi mente gime, mi alma descansa. Y me extiendo como una hoja de otoño, mientras me rasco la nariz. Tumbado, relajado, así es. He soñado.

martes, 2 de junio de 2009

CUANDO EL TIEMPO YA NO IMPORTA


Puede ser que nunca me halla sentido capaz de ser un tipo despreocupado. Siempre me ha invadido la melancolía de los recuerdos, he herido cualquier frase por plasmar mi pesadumbre, he llorado ante un suspiro acompañado de risas lamentosas. Cuando me dijeron que la vida se acaba, no supe reaccionar. Sencillamente miré hacia delante, esperando encontrar un cierto toque sin misterio en la pared. La verdad es que nunca supe guardar la compostura. Cuando amé solté mi pasión como una bomba, cuando lloré nunca tuve la valentía de admitir que no había razones. Simplemente he sido un tipo solitario, vagante y escuálido, lamentando mientras mis rasgueos se acompañan de heridas en las yemas de los dedos. Y la brisa, dichosa brisa veraniega que inunda mis palabras, las recoge con pequeños trozos de saliba, y las lleva hacia donde la mente nunca alcanza. Mientras tanto, al lado de un mar solitario, mi imaginación hace pequeños cuadraditos de nubes alisadas. Si comiera igual que sueño, sería demasiado grande. Cuando me acuesto ante el rugido de las hojas me siento parte, un ente cercano al dichoso lamentar de los semáforos, a la ruin palidez de los pasos de cebra. Las farolas que se caen con el paso del tiempo, una vieja mansión abandonada inunda mi vista casi a ciegas. Los árboles callejeros plantados sin pudor, llevados en peso hacia un lugar no previsto. Se sienten extraños, vaguean ante luces de mañanas milimétricas, y pasan de largo ante el tranvía solitario. Mueren los que piensan que la vida no se acaba, viven los que sufren por morir en solitario, lloran los que piensan que sus mentes se han secado. Cuando el cielo es un dios lejano, poniendo el humo como un corazón que se destroza por el grito de una anciana moribunda. Callendo en picado, como niños en un desierto, o flores en una hoguera. Mientras la calle se abre paso por mis zapatos, una gaviota se posa en un tejado, grita al cielo desesperada. La poesía de las gaviotas que lamentan agotadas, que se ríen falsamente. Se sienten lejanas a un mundo humano, y piensan demasiado. Lloran por volar y perderse, encontrando miradas de desprecio, y cazadores de domingos que juegan con sus almas. Moribundo camino que yace entre mis piernas, entre flores y desechos de una ciudad ya cansada de molestar. El pie derecho empuja al cuerpo, mientras el izquierdo lucha por recuperar la compostura. Mientras camino, como no, lamentando. El alma de la gente que sonríe falsamente parece verse entre sus ojos, y me callo. Hacia delante, no miro el pasado. Y veo un recoveco en un viejo club que contiene un escenario y una barra. Mientras miro el espectáculo, la camarera me ha mirado, un sueño me ha invadido un recuerdo borroso, el taburete de detrás lucha por mantenerse en pie, un viejo a mi lado eructa sin pudor, otra camarera sube andando hacia la cocina, el escenario parece un monte que canta y baila. Y yo, mientras bebo por consolarme, lanzo una mirada al vacío. Y una mosca se posa en mi cigarro. La espanto. Un temblor me hace levantarme, y sueño con volver a ser un tipo despreocupado. Mientras un hilo de luz me deshace la garganta, y el sueño de un tipo imaginario me hace ver la realidad. Mientras silbo, un golpe aparece en mi cabeza. Cuando el suelo es pasto de mi cara, me relajo y siento, sin más. Cuando el tiempo ya no importa, y la vida es un viejo solitario que abarca entre sus cejas unas gafas rotas, riendo por complacer el dolor.