A tí, lector impasible que leiste este poema junto al viento, te obsequio una pequeña parte de mi vida.
Te contaré mil cosas en palabras. Sabes, soy joven, apuesto y lleno de sueños que descansan. Oh, lector ingrato, soy un alma como la tuya, que te mira cuando lees mis versos. Poeta, ¿Lo eres? Si así es mírame con cierta discrepancia y lo entenderás todo. Si no háblame de tus llantos y te convertirás, poeta. Volvamos a buscarlo todo, nuestra alma, y nuestro sentido, y entonces, pequeño lector, quedará la vida frente a tí. Permitirás con orgullo a estos versos que te acompañen sigilosos hacia donde vallas, y vivirás lo suficiente como para olvidarlos.
Mas no me tomes por loco, rápido me voy. Queda en paz, lector imaginario. Parto ahora, para que camines sólo y busques la verdad. Huye, y habla de todo. Volverás a entender la vida, volverás a mirar por detrás de todo, como seguro que siempre has hecho.
Fui en mi vida lo que no pude ser, mis versos se asemejaban a su rima, ¿Y te compadeces? Oh, si tan ruin fuera el quedarse y el no quedarse. ¿Cómo? ¿No reís? Nunca fueron mis deseos como tus manos. Nunca se nubló nada en nosotros. Parecía todo a veces y me encantaba sentirme lejos y cerca y llorando como un niño. Pero acabó la vida en nuestros ojos. Me mirabas, y yo te compadecía atónito por todo, por todos, casi llorando y lanzando versos a tu boca.
Pero acabó la vida, y se inundaron nuestros ojos.
Entonces fuimos formales, todo era correcto, ni un pecado, ni miles de horas sufriendo por nada.
Demasiadas las horas junto al fuego, tan helado que por tópico lo digo, y me canso de decirlo.
Pues se acabaron las rimas, entre las sombras de tu vida, y en las líneas de mi muerte.
Qué alegría el no saber como saber de todo y nada. Que de vinos mi alma se alimenta, y de almas mis vinos, con absenta remezclados entre llantos.
Oh, cuanto, y tanto fue lo que no llamamos, a pesar: Amor.
Que descanse el alma gélida y robusta; Mis ingrávidas oraciones de pasto y paso se desgranan, se mueren, y gritan al viento.
Mas no, no me lleves, alma, a llorar tan lejos. Déjame escuchando el viento, que mi piel sea una manta revestida de miel y otras sustancias; por un día de lluvia seremos como hermanos.
Mas no, no me lleves, alma, a sentir lo que un día llamé esperanza. Fue tanto que ni fue ni nos miramos tras ello, ni otra, ni más, ni una vez.
Nuestros ojos, viejos trovadores, hablaron tanto que dolió el no tenerte.
Mis palabras son y fueron lo único que me quedó, y qué alegría tan calladas como hablaban buscándote.
Mas no, no me lleves, alma, con amor. Serás mi vida y mi muerte, y tanto, y más, por un instante, y menos serán las rosas viejas peregrinas de la mansión de un sueño.
Mirarás el pasto gélido y robusto como gélida es tu boca, me matarás tras haberme sentenciado, me humillarás y arrancarás de mi cuerpo todos mis sentidos.
Serás el mar, vivo y presente, serás lo que arrastra mi vida y mi vida arrastrará tus besos.
Serás todo, mas no, no me lleves, alma, sin amor. Que seremos desgraciados, mas tendremos lo que un día, a pesar, llamamos de ese modo gélido, como tu boca y mis besos.
Amor serás amor de mis recuerdos, y mi pena, como al tiempo mi vida. No vivo si no es por lamentos, la razón, piel de mi existencia, morirá callada en la espesura, y te hablaré con la mano sangrienta pervirtiéndote, atentándote, corrupto, inmoral.
Detrás del fuego nos abrazaremos con tanta furia, y seremos, como fuimos, nosotros, alados, la muerte en gélidos abrazos.
Toda la vida es un caminar cansado por los senderos moribundos de la muerte. Pasé, es cierto, desapercibido, cuando la calle estaba desierta, y mi mente tan sólo pensaba. Tan sólo eso. Percibí olores, olores de todo. Palomas moribundas que escriben la poesía del viento, el olor a tierra mojada en la espesura de los ríos de la ciudad. Morí un poco cuando supe que debía de seguir caminando. Pero tuve que seguir, aunque pausado. Incluso tiritando. Las farolas comenzaban a apagarse, quizá demasiado temprano. Todo era tan pequeño que mi vida me resultaba pesada. Las calles, y las aceras, estaban muertas. Confiaba en que un coche me aplastara con rabia y dejara mis sesos de alimento. Pero no ocurrió. Seguí caminando hasta caerme al suelo. Todo se apagó.
Cuando desperté vi una sonrisa ante mí, que huyó con pausa al ver que despertaba. Era tan bella que me temblaron las piernas, y corrí, corrí tanto que la alcancé. Le dije: “Perdona,…perdona”. Me miró pausadamente, volvió a sonreír y me cogió de la mano diciéndome que no me preocupara. Entonces le di las gracias y me dijo que la acompañara. Me llevó hasta un puente sobre el río. No hablábamos, apenas hacíamos nada. Tan sólo, a veces, me engañaba. Pero yo no era joven, a pesar de mi aspecto. Como un tipo educado la despedí, aunque ella me agarraba cada vez más fuerte. Intenté soltarme, pero no pude. Entonces, me habló por segunda vez.
-¿Por qué te vas? ¿Por qué tan pronto?
-No lo sé, estoy perdido. Veo el mundo tan de lejos que no lo entiendo. Sabes, tú me encontraste tirado en la calle, y me acogiste por pena. Y no quiero ser compasión de nadie, no necesito para nada tus miradas de empatía. Tan sólo quiero huir, huir tan lejos que nadie me encuentre. Porque ya no me queda nada, y me canso de mirarlo todo y ser un ente aparte.
-Y si estás tan solo, ¿A qué tanto esperar? Mira, el río sigue su corriente abajo. Te dejo el paso libre para tirarte y acabar con todo esto. Tan sólo tienes que dar un paso más, y estarás liberado de esta soledad. Ahora irás con quienes quiera que te dejaran solo. Aunque ya no me tendrás a mí, ni a mi empatía. No tendrás la sensación de una vida austera, pero te quedará por conocer a la muerte. Y ella, querido amigo, es la que tendrá la última palabra.
-Bien sabes que no lo haría. Lo sabes, aunque no me conozcas demasiado. Tan sólo sabes de mí desde hace unos minutos, pero intuyes que tengo miedo a todo, y que la muerte me aterra. No soy tan valiente para el suicidio, lo admito. Quizá no estoy hecho para nada, ni siquiera para la muerte.
-Bah, todo eso es una pésima excusa, una excusa tan frágil que da pena oírte. Yo soy como tú, aunque no lo creas. Y sí, tengo familia, y amor, y tengo un recuerdo alegre y que no me atormenta. Y mi presente incluso es increíble. Te daría parte de mi vida, te lo aseguro, si pudiera. Pero no la necesitas.
-Y tan afortunada, ¿Por qué me has de decir eso? Yo soy austero, solitario, y perdí el amor. Mi recuerdo es un tormento tan grande que me encoge el alma. ¿Dices que eres como yo? Tú no eres como yo, nadie es como yo. Para ser como yo necesitarías ser mi misma persona, pero nadie es en vida tan parecido.
-Si tan seguro estás dímelo todo, huye, huye de aquí, déjame, y no me tendrás. Me perderás tan suavemente que ni te acordarás con el tiempo. Pero ahora dime, dímelo con seguridad. Dime con fuerza que ahora no me cogerás…-Se dejó caer hacia el río con los brazos extendidos. Corrí, corrí tan rápido que ni yo creí ser yo. Y entonces la sujeté con fuerza antes de que su peso la empujara.
-Estás enferma, estás loca, eres…eres…una histérica. Pero, ¿Qué demonios te ocurre? No sabes que podrías haberte matado. Si no hubiera intervenido a tiempo ahora serías pasto de la muerte.
-Pero ahora me tienes entre tus brazos, y yo sabía que me salvarías, podía confiar en ti. Porque aunque no lo creas, te has enamorado de mí. Y yo también te amo. Porque yo no tenía ni familia, ni amor, ni buenos recuerdos hasta que te conocí. Tú ahora eres toda mi vida, al igual que yo lo soy para ti. Y por eso me has cogido, porque si me cayera sabrías que habrías perdido lo poco que tienes en este mundo.
-Definitivamente estás enferma. Pero te diré que esta vida ya no nos pertenece, estamos atados a todo, privados de todo. Sabes, antes, cuando me conocías un poco menos, intuiste que no podría suicidarme, que no tendría valor. Y era verdad. Pero, aunque tuviéramos una gran historia, ¿Qué sería del uno cuando el otro muriera? Sabes, no merece la pena esperar.
La besé, la besé por primera vez mientras caíamos juntos hacia el río. Suspiré de rabia antes de tocar el agua. La corriente nos devoró con dulce furia, quizá el mar nos acogió lentamente, y tan callado que nadie se alteró. Lo fuimos todo en un instante, y tan raudamente volamos que nos sentimos como en casa.
Ayer volví a ver EasyRider. Recordé América y, aunque nunca he estado allí, no pude evitar sentirme muy cerca de Peter Fonda y DennisHopper. Toda mi infancia ha sido un recuerdo, un alma entristecida, y una vida, tan sólo. Recuerdo mis meses de verano. Y tantos, tantos abrigos en el invierno. Negros, blancos, y grises. Pero el rockandroll llegó mucho más tarde. Y llegó tan fuerte que fue inutil resistirse. Fueron mis pioneros Thewho, llegaron luego los Credence, IggyPop, Nirvana, Therollingstones, Burning, Jerry Lee Lewis, Elvis, Ten yearsafter, LynyrdSkynyrd, Boston, StatusQuo, Mooththehopple, David Bowe, Steppenwolf, LedZeppelin, Los Rebeldes, Kiss, Theguesswho, R.E.M., Free, Ramones, TheClash, (...)
Y tantos se alojaron en mi alma que no pude evitar sentirme tan raudo como optimista. Sí, lo diré, me enamoré. Mi vida eran seis cuerdas moribundas. Y mi alma fue ella, sonrojada y pálida. La llamaba Les Paul, aunque no fuera original. Y mi pequeño amplificador dándole aire y notas que me llenaban de orgullo.
Siento el ser asiduo como una mirada lasciva. Me agarra de las piernas, me mata a veces, me encarcela, y me libera al tiempo. Me toca la espalda, y me quema. Me abraza a veces, con suave benignidad.
A veces la recuerdo desde lejos, y a veces también descanso, y me canso, y lloro. Mi vida, oh, W.W. si tus palabras me hirieron, más me hirió la daga del deshonrado en mi pecho.
Y fueron en mi vida palabras, tan sólo. Y lo confieso, ¡Qué demonios! Nunca fui un tipo educado. Lastimé mi alma, y la enriquecí. No me importó nada, y en un instante me importó todo. Fue todo tan rápido que ni dolió, y lo sentí todo. Mi vida fue una piedra. Una piedra tirada en el río, corriente abajo, muriendo cada vez más rápido. El mar no está muy lejos. Todos me miraron por un momento, yo era pequeño.
Me volví a enamorar pasados los años. Y esta vez fue peor. Me sangraban las manos, y a cada instante moría, moría por no poder tener nada, moría por ser salvaje, y por haber nacido para ello. Por eso escapé, y me marché muy lejos. Y volví a ver EasyRider, y me acerqué a la libertad, por un momento, suspiré. Como un alma envejecida, cansada del tiempo. Y de todo. Como todos, siempre.
Noche, con la ropa cargada vengo a visitarte. No es por mí ni por nadie; mi visita pertenece a la vida. Es por vivir por lo que vengo, y por llorar lo que no hallé al llorar lo que no tengo.
Noche, oh, cargada de engendros y de solas soledades que aspiran humo de las nubes sin beber de sus lamentos.
Noche, oh, noche, noche llena de lamentos, eres en vida lo demente de los cielos, cielos moribundos, ruines, y cargados de nubes muertas e invisibles a los sueños.
Diré de los vagabundos su objetivo: Una vida, un amor, un recuerdo.
Fueron, lo diré, los amos de la noche, fueron víctimas, y fueron vencedores, fueron todo, y lo fueron antes.
Ahora, hablaré, son pequeños. Amor, Amor fuiste tú callado quien me dijo que me acercara. Y entre tinieblas y fuego fui víctima del silencio.
¡Oh ruin! ¡Oh tenebroso! ¡Oh vano ardor vano ante la lluvia! ¡Vano por todo, ante todo!
Y vanidad banal ante la vida, fuiste tú vida quien me advirtió de lo incierto, como la muerte vino tan callando y tan raudos se acercaron los lamentos.
Amor y fuego helados en mis llantos se asemejan a las piedras. Esquinas, esquinas mueren por tenerte y llorarte demasiado.