domingo, 20 de junio de 2010

PUNTO

No hay nadie, en el silencio.
Una voz de mi silencio ahogado
que se ahoga conmigo.
Mi silencio, que me estima cuando sueño
y mi sueño que me olvida.
Soñar es soñar.
Como soñaron los hombres silenciosos.
Llueve, mi niebla
en mi silencio.
Aparto, mirada,
lloro pasión de vida
y árboles lejanos que me ahuyentan.

Viví. Tan sólo viví
mi silencio,
espira temporal.
Se oía callado y soñé de nuevo.

Viví para ser vivido
en mi poesía.
Viví para mi silencio,
en el silencio de todos
cuando vuelven a llorar.
Olor a calles mojadas, y la lluvia.
Recuerdo mi silenco,
lo recuerdo todo.
Viví, y de haber vivido
me llevo conmigo mi vida.
Viví tan sólo para ser vivido.

jueves, 17 de junio de 2010

Y MI ALMA

Donde busqué mi locura,
callé; callé para hablar
pausado y romper los días
con la mente y su recuerdo.
Voy más allá, testigo
preonderante. El cenicero
me cortaba los labios, y el
alma de las aves gritaba al
viento mientras moría. Huí,
huí tan lejos que me dolió la
vida, y enloquecí de rabia
cuando me miraron
demasiado.

Ah, rauda mi palabra.

Y entonces era la vida. Los
segundos, y mis días eran
como fuego ardiendo
lentamente en las posadas
donde viejos trovadores
empeñaron su alma. Fue la
vida quien me arrancó las
lágrimas.
Mas volvieron mis minutos a nacer,
y fueron mis lágrimas tan
alegres y furiosas saltando
el fuego de los días.

Lágrimas que ardieron conmigo,
y que se fueron quedando para abrazarme.
Fue quien me abrazó,
y sentí a mi alma como sonreía
y lloraba de emoción.

Ah, la vida volvió
con ella, y sus lágrimas
y las mías; cogidas
entre tanto, cogiendo
la vida, como almas
pequeñas que vivieron de nuevo.

sábado, 12 de junio de 2010

INCISO

¡Llueve! ¡Llueve! ¡Llueve!
Y mi verso grita al cielo.
Ay, la vida; y no responde.
Ay, la muerte; y paso hambre.

¡Llueve! ¡Llueve! ¡Llueve!
Y por mi verso sopla el viento.
Ay, me duele lo que observo, pero observo.
Ay, ya nada me hace daño por el tiempo.

¡Ya no llueve! ¡Ya no llueve!
Y mis lágrimas con versos de nostalgia.
Ay, mi alma se rompe ferozmente.
Ay, la vida y mi alma incandescente.

¡Ya no llueve! ¡Ya no llueve!
Y mi sueño llora con el viento.
Ay, ¿Qué me dejó por vivir el tiempo?
Ay, os regalo, lector, este lamento.

martes, 8 de junio de 2010

EL ESCALÓN ( I )




Y en la sombra mueren genios sin saber de su magia, concebida mucho tiempo antes de nacer (Duncan Dhu).


Subí las escaleras con la esperanza de encontrar la calma. Ah, la vida; y lo duro que me sería decir lo peligroso que era cada escalón. Eran cuatro. Cuatro, tan sólo, y vacilé: pensé demasiado.

Amaneció lentamente en aquel valle de lágrimas. Era un desierto inmenso, tan inmenso que el universo se encogía ante sus pies cansados de habitar la existencia. Arriba, en la cima, la cumbre de los escalones, había un hombre tan alto que todo era pequeño. Mi vista sólo alcanzaba hasta su cintura, pero pude oír su voz. - ¿Quién va? – dije gritando.

- ¿Osarías malhumorarme? ¿Crees que no soy real? Atento ahora, oh, mortal; mírame bien. No te diré cómo has de subir los escalones, ni en qué has de pensar. Mas te diré una frase que te dará la solución. Atento: “Hoy ha nevado”.


Tras esto, el gigante desapareció. Cuán horripilante resultaba ahora la vida. Mas caminé sin miedo. Me rasqué mil veces la cabeza, pensando en los motivos de mi tormenta interior. No podría saberlo, nada tenía que ver con la nieve. Absolutamente nada. No encontré a nadie, tan sólo al viento que horrorizado poblaba la inmensidad. Me senté, piernas cruzadas, frente al primer escalón. No era más alto que una caja de zapatos, pero por algún motivo extraño, cuando me decidía a superarlo, mis piernas se engarrotaban y caía al abismo. –Oh, vida perniciosa-, me dije. Suspiré.

Entonces volví a pensar en la frase. ¡Nieve! ¡Maldita nieve! Aquí, en el desierto más vacío. ¡No! No es posible. Ah, paradoja.


Seguí parado frente al pequeño escalón. Pero ahora mi mente que callada ardía descubrió un pequeño símbolo. Un copo que miraba fijamente mi rostro. Fruncí el ceño con desesperación y rabia. Levanté mi cuerpo y proferí al cielo agresivos insultos que al viento y a las nubes asustaban. Me eché en el suelo y comencé a rodar, hasta que una piedra golpeó mi cabeza. De pronto vi una inmensa tormenta de nieve; áspera, fría, que rodaba por mi cuerpo. Levanté, y no sabía nada. La nieve lo poblaba todo, y los escalones habían desaparecido; y me volví a perder. Caminé, caminé tanto que perdí la senda que había cogido.


Mortal entierro es mi llama que la nieve apagaba. Agotado, caí suavemente en la espesura. La nieve me enterró con suavidad. Pero antes pude ver el escalón de nuevo frente a mí, en lo alto. Y el valle de nuevo desierto y soleado. Ah, cuán confusa mi mente ardía. Intenté caminar hacia arriba, pero era imposible.


Seguía nevando, y conforme la nieve crecía pude ver como me acercaba al escalón. Sonreí, ahora, como un iluso. Estaba tan sólo a unos metros, y paró de nevar. Salté para intentar agarrarlo. Pero no alcanzaba. Llorando de rabia, me senté en la pared. Me vi en la misma situación, parado frente a mi más puro objetivo. Pero algo había cambiado. Ya no estaba grabado a fuego el copo de nieve en el escalón.

sábado, 5 de junio de 2010

CON MI VERSO LLORANDO




He aquí, palabras que poderosamente escritas
me hacen acordarme de mi vida y de mi muerte.
Aquí de la vida y el viento;
profesor no he sido sin embargo de un público iracundo
de malas lenguas y doctos ensayos.

Mas paséme de largo en la vida:
¿Qué de bueno quedó?

Ascético trovador, mi yo enjuto;
te cantaré con mi verso llorando.
Allá donde el platónico incendio de Satán
dejó la saliva al poeta
con nauseas de un existencialismo que lloraba.

Más calma daría el sabor de un cielo
podrido en las montañas.

Busqué mi hogar.
Encontré las hojas muertas,
y los deshonorados labradores
del campo de trigo.

He aquí, memoria ardiente, cómo pasa la vida.

A ANTONIO MACHADO




De maestría y enjuto verso
poblaba sin miedo el poeta al viento.
Maestro y capitán de lenguas
que abrían paso a los dientes labradores
de paladares muertos que abrasaban la boca.

Fuiste, capitán sabio, iracundo,
sembrador del miedo y la pasión;
como un día llenaste las almas de poesía
y quebraste el verso que te ataba a la muerte.

Labrador de papeles áridos y corazones
pulidos:
diste vida a la filantropía.
Como amaste, poeta, la escarcha de los campos;
y enseñaste a amar a los olivos.

Besaste el limonero.
Escribiste, y tu alma quedó escrita.
Muere el ave que rompió con sus alas las nubes más espesas,
mas con tu verso supiste romper su miedo
y devolverla a la vida.

Maestro, capitán de lenguas,
enseñaste al cielo el secreto de volar.
Escribiste, y tu verso quedó muerto.

Mas con todo, y hablando raudo y rapaz
de sueños enjutos,
fuiste, sin embargo, de sangre pura
cantando a las almas en secreto.

De odas y alegrías llenaste
la vida de mi alma.

Vivieron herejes y santos a tu espalda,
mas siento a penas, y te hablo, oh, poeta,
para mostrarte mi vida.