El diván de la ventana se presentaba claro ante la lluvia. No era precisamente una lluvia intrépida, aquel azar que diluye la calle cuando la sombra es terriblemente inmensa; sino una lluvia exacta, milimétrica, casi medida; como cuando un beso se oye de cerca y el viento susurra versos de memoria y olvido. Podría vivir años en el tiempo, tantos que se me acabara el recuerdo de las noches que fueron mi vida; y aún así, recordaría a Bianca, un alma de limón y rosas entre otras, pero con un extraño ser en los ojos que podría definirse en la palabra silencio. El silencio, o el sonido de la lluvia que ahora abrazaba la ventana junto al diván claro que recogía un olor a perfume viejo, era una palabra. El recuerdo que poblaba mi mente entonces se hacía húmedo, frío y silencioso; colmado de viejas melodías y de escarcha frágil. Así era mi sueño allí, y Bianca estaba… ¿Dónde? O, más bien… ¿Cuándo? Bianca, ese nombre; ese silencio tibio como el de una pausa. Si bien yo estaba sólo, allí se encontraba su sombra: sencilla y esbelta. Pero era la sombra de otro tiempo reflejada en el ahora y el allí. Mis manos entonces se deslizaron por el negro y el blanco del tal vez marfil de mi piano. Así abracé a la sombra efímera que marchó.
jueves, 14 de abril de 2011
KREUTZER
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