NOTA NO ACLARATORIA: No es costumbre dada -ay, lo sé- que un hombre que escribe -tal vez poeta, tal vez nada- explique su texto. No obstante, los versos que siguen a esta prosa precisan de un instante, si no aclaratorio, sí de amor por la experiencia. Ocurrió, pues, que Madrid me quiso. Fue en sus calles, en "un andar solitario entre la gente", cuando el peso de la historia me pobló los huesos y vi morir conmigo lo indiferente de observar el mundo sin el alma. Fue en ese paseo solitario que di por Madrid cuando vi en las calles de su casco antiguo a España; pero no la España del Imperio o del toreo, sino la España pura: su corazón y su intelecto. Lope, Quevedo, Calderón, Cervantes, Garcilaso, Fray Luis, los Machado, Unamuno y un etcétera maravillosamente infinito. Zambullirme, entonces, en el pensamiento humano, en los versos de España, en su nexo: Madrid -género literario, como Umbral la proclamaba. La ciudad del Siglo de Oro, la romántica, la regeneracionista, la de la posguerra, la del asombro siempre. Fue en esa sensación la ciudad un poeta inmenso que a mí me escribía, como "el poeta en mi costado". Así escribí los versos que siguen, en ese sueño inmenso y placentero de saberse verso de la historia; de sentir como nunca que el mundo real se esconde para siempre en la belleza.
Yo soy un Quevedo de polvo en llama
que piensa, que llora, que camina
por tu calle de olor que contamina,
por tu tiempo y pugna, la mañana.
Y, como Lope, bebo continuo
el veneno del amor ambiguo,
y la ausencia y el infierno,
y el infierno y al fin ella.
Lo sé: tus ojos tienen sueño.
Si un bostezo tuyo, ese gemir, me persiguiera
en un triste deseo de un sueño del absurdo,
y las aristas, ninfas, en tormenta enmudecieran,
yo sabría de tu canto siempre,
sí, yo lo sabría.
Que es este sueño de la vida en que ando
casi tu ribera, tu abismo, tu niebla
donde el frío acude siempre enajenado.
A las aristas grito el susurro vivo, enamorado,
un huracán de voces mías que, al cabo,
son estrellas; dirélo: son su brillo.
Yo soñé en tu piedra de asfalto
un Campo de Castilla obnubilado,
y del sueño, Madrid, del hado,
soy yo el verso para siempre,
y tú por siempre el poeta en mi costado.