domingo, 20 de septiembre de 2009

BETH


Al final del camino, no quedaban sombras. Me empapé de sudor, espeso, y sentí la pasión del fuego recorrer aquellas canciones que se oían en el pasado. Las barras de los bares parecen vacías, esperando la señal para apoyar un viejo martini, o un tinto añejo empapado en saliva de un viejo borracho. Sí, aquellos que se ven al terminar la primavera, cuando todo está en silencio, y un viejo barman limpia un vaso mientras mira al horizonte pensando en las caricias de un viejo amor. Y todos los rincones albergan una sensación demasiado dolorosa, demasiado real, demasiado para ser humana. El viejo tocadiscos reproduce “Beth” de los Kiss. Y vuelvo a sentirme bien, como antes, soñando en cada esquina con ser, sí, digámoslo, un simple desecho. Y todos me miran mal. Y la música sigue sonando, mientras todo está triste y acabado. La canción dice que no puedo volver a casa hasta dentro de unas horas, y me viene un recuerdo a la cabeza. Recuerdo la primera vez que me emborraché, cuando el vino se excedió en mis venas. Y una botella a mi lado me acaricia, me hace guiños de complicidad, y vuelvo a sentirme, simplemente. Cuando las venas de la noche se ven por la ventana, mi pecho arde como antaño, y un deseo de malolientes esperanzas me invade el corazón. Y vuelvo a salir por la puerta, preocupado, y entonces, otra vez, me lanzo a la vista de un clochard que me acompaña albergando un cartón de vino de mesa entre sus brazos. Y me siento parte de la calle, en la acera, escribiendo las últimas letras. Mientras todo, absolutamente todo está en silencio. Y me apoyo suavemente en la acera, tras tiempo sin hablar. Los gatos sin nombre me acarician, y las sombras mueren en mi espalda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario