sábado, 30 de julio de 2011

EL VIOLÍN


Silencio. El mar rondaba en calma y todo yacía como la sangre altiva de un hombre débil. Un hombre que pudo llorar, y que sin embargo no consiguió vivir con la mano en el alma. En sus manos sostenía un papel; era la vida de un hombre la que había dejado el silencio en aquella hoja, y en las rocas y en sus ojos. Era como el agua que bañaba los puertos disecados de las bahías más solitarias. Ella le daba la espalda, mirando barcas y agua fría como el corazón amargo de un hombre. Volvía su pelo a brillar y a mojarse con el viento. Lloraba, lloraba tanto que el mar crecía y los barcos parecían inclinarse ante su rostro. El hombre miraba el papel, enajenado y somnoliento. El silencio poblaba aquel papel, y era imposible divisar su rostro, el de ella, el que lloraba hacia el mar y el que el mar escuchaba. El sol brilló, por un momento. El sol y la luna se juntaron en el día, como un eclipse que nunca existió. El hombre abrió un pequeño estuche donde guardaba un violín. Sonó la melodía, y ella aún no se volvía. El mar comenzó a rugir y a cantar con el alma de las notas. ¡Ah! Cuán pesada se hacía la huida, cuán horrible, ¡Ay! No volvía. El viento la abrigaba, y el violín seguía sonando. De pronto, apareció otro hombre. Al ver la escena, se quedó mirando. No se acercó. Cerró los ojos y pudo ver su infancia recorrer la mirada invisible de la dama a través de la sonata. Nadie oyó nada más. El viento cantaba también, y el mar siguió rugiendo, feroz como el alma de Neptuno. Nadie la vio llorar. El mar le cantaba, todos le cantaban. Ella se puso de puntillas, y con el alma brillando se dejó caer. La música nunca paró, el violinista cansado dejó de hablar; el otro hombre nunca abrió los ojos; y ella acompañó llorando al mar. Todos se abrazaron a lo lejos, como las historias se abrazan, o como los amantes se aman. Estremecido el cuerpo y la valentía, soñó el mundo con sus seres; y tanto soñó como pudo, callado, sin contarlo a nadie, y se volvió tímido. Como la vida, como el mar. Amaron todos y todos callaron. Ahora el puerto resiste, entre una valentía estéril que moja las pestañas y las cuerdas y su ropa.

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