lunes, 15 de junio de 2009

AMÉRICA



Y marché en busca de América, tropezando con las piedras del camino. El sol quemaba ligeramente mi cara. Una racha de aire fresco rozó mi nariz. El cadillac aún expulsaba aquel humo atronador que lo hizo feroz en sus tiempos de rebelde. La carretera parece dulcemente interminable. Simon and Garfunkel se oyen de fondo. Y todo, absolutamente todo está reñido por la libertad. Libertad que te toca suavemente, te mira, y te hace sentir un soplo de valor en el pecho. Mientras, a mi lado, un autoestopista busca en la guantera unas gafas de sol que uso de repuesto. Sonrío, y aprieto el acelerador. Me doy cuenta de los problemas con el contador de gasolina, sí, aquellas gasolineras tienen algo de especial, cuando te posas en su suelo se respira bien. Al llegar cogí la manguera que conectaba los bidones con mi coche. Me monté de nuevo, el autoestopista esputó con aliento felino. Me asusté un poco, el Bourbon no es para cualquiera. Él era un tipo pálido, su oscura melena tapaba su espalda, y un bigote incipiente le recordaba su juventud. Me miró aliviado, y me puso un gesto de despedida. Se fue andando de nuevo entre los arcenes. Yo no sabía que hacer, sencillamente no le gustó mi estilo. Me monté en el coche de nuevo, mientras un cigarrillo adornaba mis labios. Y el fuego escapó de su prisión. Entonces llegué a un extraño poblado, parecía latir de vida. Sus calles, una imitación del viejo oeste. Aquel Western que en cualquier película de Clint Eastwood se introducía como tema principal. Y la brisa era cálida, mezclada con tierra y piedras diminutas. Y entonces me vino a la cabeza la imagen de los vagabundos de carretera. Aquellos autoestopistas aventureros, a la vez cansados, algunos asesinos, otros grandes tipos. Y sonreí, y bajé de aquel cadillac para dejarlo aparcado frente a una cafetería. La mujer que atendía a los clientes llevaba unos rizos muy peculiares, mientras sostenía la jarra de café con la que me serviría mi ración diaria de desayuno. A mi lado, encontré un tipo parecido al cantante de ZZTOP, el olor de sus sobacos era tremendamente horrible. Y entonces, parado, me dí cuenta de la cantidad de sentimientos que produce la tierra estadounidense, aquel sentimiento de libertad en la Route 66, aquellos autoestopistas que se pierden en las orillas, aquellos saltamontes que viven en los desiertos, aquellas rocas rugosas que se acuestan en la ladera. Y los cadillacs, moviéndose a ritmo rockabilly, mientras un pequeño brote de viento les dice que es hora de apretar la velocidad. Y todo eso, se une contra los deseos de planificación, y la locura está presente. La visión de un mundo lleno de sombras coloridas, y el placer de verse involucrado en la pequeña anarquía de vivir en la clandestinidad. Mientras un soplo de aire fresco te ayuda a recordar a Peter Fonda, y buscas su cara escondida entre pañuelos y barbas, azotadas por el humo de la marihuana. Y, tras varios vistazos al horizonte, te sientes como en casa, siendo de un país lejano.

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