jueves, 15 de octubre de 2009

DESEOS

Dicen que la vida es un incansable respirar en la ladera de un monte solitario. También hablan de la muerte, el final de las pequeñas historias de vagabundos desahuciados en esquinas polvorientas. También dicen que las musas no aparecen fuera de los sueños, y que el antojo de felicidad se ve marcado por el deseo de conquistar la verdad de todo. La luna representa el alma de las musas perdidas, y el sol las borra en el amanecer tempestuoso. Los nombres no me vienen a la cabeza, ningún adios podrá borrar mis recuerdos de joven trovador empedernido. Ni siquiera el propio futuro puede marcar mis pasos. Al fondo de la ciudad, en una ventana, miraba la silueta de una mujer de pelo largo y ojos claros. El peine mostraba sus filos en destellos de mi pequeña imaginación. Siempre he soñado con hablar de viejos poetas que nadie conoce, y hablar despacio. Mis andares son pesados, demasiado cargados de promesas sin fruto. Y los sudores me secan la espalda derretida por el amor perdido. Nunca crecí lo suficiente como para mirar las estrellas entre los matojos y no imaginarme a mis antepasados observando mi mirada. Todo está sentenciado en las esquinas de la ciudad, en la madrugada. La silueta de aquella mujer se desvaneció con la luz apagada, y volví a musitar versos bajo el bronce de la calle. Mujeres de falda corta pasaban de largo, y el paso obligatorio no existía para los ciclomotores que traspasaban la Gran Vía. Una paloma soñolienta viajaba entre las cornisas, hasta pararse donde observé la silueta de aquella mujer sumergida en mi imaginación. Entonces, se abrió la ventana. Ella miró al frente, pude ver una lágrima a lo lejos, mientras por detrás algo parecía cubrirle la espalda. Me levanté del banco mientras la miraba. Ella dirigió un suave gesto hacia mi cara, pero no atendió. Pasó de largo y, sin más, se arrojó a la calle. Cuando pude ver su cuerpo desnudo en el suelo, ya era demasiado tarde. Corrí en busca de ayuda, y la agarré de la mano. Aún respiraba un poco, aún podía exhalar aire de la calle, mientras musitaba palabras indescriptibles. Me miró directamente a los ojos, por primera vez. Y la agarré con más fuerza. Introduje mi mano en el bolsillo de mi chaqueta, y saqué un poema que escribí mirando su silueta. Le conté que nunca la había visto, pero que su sombra había sido mi vida hasta ese día. Le acaricié la cara, y leí la hoja que había sacado, mientras se mojaba con mis lágrimas:


Triste silueta, triste,

Acompáñame esta noche,

Y dime que recuerdas.


Dime, amor platónico,

Si tu sombra duerme en mi recuerdo,

Si eres la verdad de mi alma.


Háblame en silencio,

No bastan las palabras,

Necesito tu mirada.


No la encuentro,

Y te hablo a lo lejos,

Entre el mísero silencio.


Vuelvo a soñar con la tempestad,

Y el cielo me acaricia,

Cuando te miro y sueño con la vida.


Ya no soy un hombre,

Ni vivo, ni pienso,

Ni siquiera muero.


A la noche, me invitas en secreto

A descubrir tus ojos tristes,

A volver a imaginar tus lágrimas.


Y yo ya no soy el mismo,

Aunque en verdad, nunca me conociste,

Ni siquiera imaginaste mi alma.


Y ahora, sentado en la oscuridad,

Pienso que la vida está escondida

Tras una sucia ventana.


Ahora, mírame en la oscuridad,

A lo lejos, háblame,

Como si hubiera habido un antes.


Como si nos habláramos cada noche,

Junto a las velas que consumen la cera

En la calle más cerrada.


Comenzó a llover, y pude ver por segunda vez una lágrima en sus ojos. Me volvió a mirar de frente, y agarró mi mano con más fuerza. Se acercó a mí, y me besó. Entonces la abracé con fuerza, mientras mi pelo se encharcaba con la tormenta. Nadie vio mis brazos en su espalda. Entonces le pregunté su nombre. Ella, en un último suspiro, me dijo que si me dijera su nombre nunca podría llamarla Vida de verdad. Le dije que la quería, sin pensarlo. Ella giró la cabeza para mirar al cielo. Y me dijo que a pesar de todo lo mejor que había hecho en su vida era arrojarse por aquella ventana. Entonces me dejé caer en su pecho. Y su fuerza decayó, sus manos ya no respondían. Y la acaricié. Lloré con todas mis fuerzas, mientras le susurraba al oido.



2 comentarios:

  1. no sé por qué no salió el comentario. Te decía que me había inspirado mucho el texto, sobre todo la frase en la que dices que siempre quisiste andar despacio. A mi me ocurre con la escritura, quería escribir con pluma, más lento, para dejar frases terminadas de un tirón. Luego me he dado cuenta que hay que escribir al ritmo de las ideas y después corregir. En esa idea me he inspirado para darle de comer a Quisque.

    un saludo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias,

    siempre, a pesar de todo, podremos andar por tierras que nos inspiren sensaciones, y andar tranquilamente por aquellos barrios desolados. Andar despacio, y oir por un momento un canto imaginario, que nos recuerde a nuestra niñez, o incluso a nuestro primer amor.

    Un saludo desde estas tierras.

    T.S.L.

    ResponderEliminar