martes, 8 de junio de 2010

EL ESCALÓN ( I )




Y en la sombra mueren genios sin saber de su magia, concebida mucho tiempo antes de nacer (Duncan Dhu).


Subí las escaleras con la esperanza de encontrar la calma. Ah, la vida; y lo duro que me sería decir lo peligroso que era cada escalón. Eran cuatro. Cuatro, tan sólo, y vacilé: pensé demasiado.

Amaneció lentamente en aquel valle de lágrimas. Era un desierto inmenso, tan inmenso que el universo se encogía ante sus pies cansados de habitar la existencia. Arriba, en la cima, la cumbre de los escalones, había un hombre tan alto que todo era pequeño. Mi vista sólo alcanzaba hasta su cintura, pero pude oír su voz. - ¿Quién va? – dije gritando.

- ¿Osarías malhumorarme? ¿Crees que no soy real? Atento ahora, oh, mortal; mírame bien. No te diré cómo has de subir los escalones, ni en qué has de pensar. Mas te diré una frase que te dará la solución. Atento: “Hoy ha nevado”.


Tras esto, el gigante desapareció. Cuán horripilante resultaba ahora la vida. Mas caminé sin miedo. Me rasqué mil veces la cabeza, pensando en los motivos de mi tormenta interior. No podría saberlo, nada tenía que ver con la nieve. Absolutamente nada. No encontré a nadie, tan sólo al viento que horrorizado poblaba la inmensidad. Me senté, piernas cruzadas, frente al primer escalón. No era más alto que una caja de zapatos, pero por algún motivo extraño, cuando me decidía a superarlo, mis piernas se engarrotaban y caía al abismo. –Oh, vida perniciosa-, me dije. Suspiré.

Entonces volví a pensar en la frase. ¡Nieve! ¡Maldita nieve! Aquí, en el desierto más vacío. ¡No! No es posible. Ah, paradoja.


Seguí parado frente al pequeño escalón. Pero ahora mi mente que callada ardía descubrió un pequeño símbolo. Un copo que miraba fijamente mi rostro. Fruncí el ceño con desesperación y rabia. Levanté mi cuerpo y proferí al cielo agresivos insultos que al viento y a las nubes asustaban. Me eché en el suelo y comencé a rodar, hasta que una piedra golpeó mi cabeza. De pronto vi una inmensa tormenta de nieve; áspera, fría, que rodaba por mi cuerpo. Levanté, y no sabía nada. La nieve lo poblaba todo, y los escalones habían desaparecido; y me volví a perder. Caminé, caminé tanto que perdí la senda que había cogido.


Mortal entierro es mi llama que la nieve apagaba. Agotado, caí suavemente en la espesura. La nieve me enterró con suavidad. Pero antes pude ver el escalón de nuevo frente a mí, en lo alto. Y el valle de nuevo desierto y soleado. Ah, cuán confusa mi mente ardía. Intenté caminar hacia arriba, pero era imposible.


Seguía nevando, y conforme la nieve crecía pude ver como me acercaba al escalón. Sonreí, ahora, como un iluso. Estaba tan sólo a unos metros, y paró de nevar. Salté para intentar agarrarlo. Pero no alcanzaba. Llorando de rabia, me senté en la pared. Me vi en la misma situación, parado frente a mi más puro objetivo. Pero algo había cambiado. Ya no estaba grabado a fuego el copo de nieve en el escalón.

1 comentario:

  1. Increíblemente increíble !! Magnífico. Un brindis por la paradoja nevada y el siniestro y frustrado desenlace. Buena metáfora de la propia vida, del desconcierto ante la nada(desierto), y que un mísero copo de nieve atormente la existencia. Existencia escalonada: " e cuanto más creciere, non mirar la vida pudo". Crecer(subir los escalones) es alejarse del desierto de la nada. Pero en ese desierto la nada es para la burguesía. Sólo un gran poeta se hubiera fijado en el insignificante copo grabado en el esalón. Y no podía subir, mas si imaginar. El poeta se evade, llega mediante la fantasía al paraíso. El burgués racionalista quiere comprender la fantasía mística e introducirla en su cabecita de serrín: "e tan furor profería que a su alma non más veía sombría". El alma sombría del burgués se quema al no poder comprender la mística y ,menos aún, racionalizar la fantasía.

    Hiciste bien, Trovador, al mantener al poeta sumido en la incertidumbre y que jamás hubiese abandonado la nada llena de todo.

    Gracias por este relato y haberme hecho pensar. De buen gusto mi gris sombrero quito ante vuestra maestría.

    Aun mi nombre sea del gris sombrero Señor, Llámome tambíen: De Guadhalorce Ruiz Diego, el cual muestra su agradecimiento por tal asombroso relato.
    Un saludo.

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