lunes, 6 de julio de 2009

DELIRIOS Y SUSPIROS


El ardor de la ciudad permanecía como siempre, anclado, llorando, manifestando deseos de mediodía. El café cortado que reposaba sobre mi mesa parecía expulsar llantos de vapor, y en la melodía de la cafetera se vio reflejado mi pasado. Y sonreí, mientras me vi involucrado en las caricias de una mañana lluviosa. La calle se veía a través del cristal, tan sucio y empapado como todas las mañanas de Enero. Y entonces, tras una suave brisa, noté un escalofrío. La puerta, nido de pasiones, estaba abierta. Entre sus brazos, reposaba la melena de una dulce dama que sonreía con ese ardor de juventud que no se obtiene fácilmente. Tras un invierno frío, los llantos parecen verse tras las cortinas del recuerdo, y en la acera se acuestan vagabundos esperando una señal para despojarse de este asqueroso mundo. Aun así, el invierno estaba presente, y debía esperar meses para verme involucrado entre los sudores de un sediento Julio que reposa entre las caricias de Junio y Agosto. Ella se sentó en la mesa que había justo a mi izquierda. La miré como un tipo perspicaz, siendo fuente de desgracias. Ella no respondía, permanecía callada, leyendo un libro. Me pareció leer en la portada las palabras “Odas Elementales”. Aquel redil de desgracias se vio tenuemente iluminado con un recuerdo de Neruda. Y volví a sonreír, mientras mis ojos auguraban presagios de valiente luchador. Seguía sentado, relajado. Vi a una gaviota posarse sobre una farola. Las heridas que quedan tras los años, las manchas de los recuerdos, los amigos perdidos, las miradas de deseo cuando fuimos tipos despreocupados. La cabeza me daba vueltas, y las sensaciones se nublaron. Todo tan claro como la suave brisa que columpiaba levemente el pelo de aquella dulce mujer. Se pintó los labios, tras darle un sorbo a la taza de té que miraba con deseos de juventud. Y volví a sonreír, cuando un deseo de levantarme impulsó a mis rodillas. Los pasos que poblaban los azulejos del suelo, aquellos pasos no eran fáciles de dar. Mientras todo estaba ambientado por los clientes, yo sentía mi pecho aislado. Hice breves gestos de continuar andando, mientras luchaba por no sentir la piel acalorada. Retrocedí avergonzado. No siempre he sido un tipo con valor. Apuré mi café y pedí la cuenta. La calle me aplastaba con su sonido. Mi pasado me justificaba las miradas de ansiedad. Dejé las monedas en la mesa. Una nota reposaba en las manos de aquella mujer.

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