jueves, 31 de diciembre de 2009

CORAZONES DE SEDA Y TERCIOPELO (Alargado)






En mi alma sonaba tenuemente una melodía. No recuerdo bien, ni suspiro, ni lloro al intentar recordar. Un escalofrío sube hasta mi nuca. Allí se para a pensar, y me estremece el corazón. Los poetas se perdieron en el cielo, hace tiempo. No puedo ver más allá, todo quedará dictado al tiempo en que la muerte pueble mis entrañas. Tras esto, una sonrisa. Nada más.

El rugir de la plaza parecía más apagado que de costumbre. Unos tacones, tan sólo unos tacones se oían pisar aquel suelo sediento de lluvia. La Catedral adornaba mi vista... "Ding...Dong". Redoble de campanas. Mi gabardina empezaba a relatar suspiros de inocencia bajo el cielo encapotado. Comenzó a llover, poco a poco. Primero, una gota. Las demás enamoradas se lanzaron a besarla. Mis ojos acompañaban al viento. Creí, de nuevo, tenerla entre mis brazos. Y una vez, no más, me acosté sediento de vida. Sediento de los besos apoyados en el recuerdo tempestuoso. Un gato en la acera me mira descarado. Siento miedo. Pienso que puede destrozarme el cuello... redoble de campanas. Un deseo fogoso de nostalgia, una sonrisa estampada en la mente.
No había vuelto a entrar en el Gamuza's Shoes desde..., bueno, en realidad no recordaba bien desde cuando. Entré a calentar un vaso, por sumergir adrede dos pequeños cubitos en el whisky más desagradable del bar. Sonaba Green River de los Credence. Los CCR siempre me han traído grandes recuerdos. Sobre todo de mis primeras partidas de póker. Oh, sí, recuerdo muy bien aquellas tardes perdidas, derrochando ases en la mesa, como flechas puntiagudas que se clavaban en la mente. Luego llegó Marilyn. Siempre me trajo problemas. Sobre todo cuando reía demasiado, y yo me escondía a llorar al ver su cara de amor vacía. Besos frustrados, muchos... demasiados gritos. Hacía ya dos semanas que la había visto sentada en la ventana. Cuando entré al apartamento pude ver sus lágrimas a lo lejos. Intenté abrazarla. Me dijo que no me acercara. Soltando su último adiós se arrojó a la calle.


Pedí un Bourbon en la barra. Noté tristeza en los ojos de la camarera. El ambiente del Gamuza's Shoes era como el de esos bares demasiado poblados y al tiempo vacíos. Podía sentir a mis espaldas la felicidad de los viejos amigos. Observé mi reflejo en la pitillera que saqué del bolsillo. Demasiadas arrugas en mi frente, demasiado pelo en mis narices. Encendí un cigarrillo, mientras dejaba uno al alcance de la camarera.


- Hacía tiempo que no frecuentabas este sucio antro John. ¿Será que te estás haciendo demasiado viejo?

- No bromees conmigo, quizás siga siendo ese despreocupado y pertinaz rebelde de antaño. Pero en el fondo cariño. Muy en el fondo.

- Tranquilo, puedo dar fe de ello. Aunque has perdido la pasión ¿No has soñado nunca con viajar lejos? Yo siempre he querido actuar en Broadway, y salir en las revistas, o que la gente de la calle me recuerde por mi gran espectáculo en el Carnegie Hall.

-Yo nunca he podido soñar cariño. Mi vida siempre me ha pesado demasiado. Sabes, podría arrojarme por cualquier ventana, como hizo Marilyn. Así al menos tendría a alguien que me abrazara.

-No hables así, John. Tú siempre has sido un tipo valiente. ¿Donde está tu alma? ¿Dónde duermen tus deseos? ¿Dónde está aquel tipo que hablaba de vivir a todas horas, y reía sin parar al hablar de amor? Aún recuerdo cuando montaste aquel espectáculo en la mesa del fondo. Imitaste… si, recuerdo, a John Travolta.. Todos te decíamos que llegarías lejos.

- Las cosas han cambiado Paula. A veces la vida juega demasiado a su favor. Ahora a penas puedo respirar. Lo siento nena, he de volver a casa. A lo mejor allí encuentro algo que me haga llorar, o que me atraviese el corazón, sí, quizás sea lo mejor, volver a reunirme con ella.

-No, no pienso permitirlo cariño. Tu eres valiente, y Marylin…

-¡Marilyn está muerta, Paula! Además, muy poca gente tiene realmente el valor necesario para quitarse la vida. Sí, quizás Marilyn fuera cobarde, quizás no tuvo valor para enfrentar la vida. Pero si tuvo valor para enfrentar la muerte, y eso ni tú ni yo podemos hacerlo. Enfrentó a la muerte siendo una egoísta, no pensó, no hizo nada. Se tiró sin más, tan lejos y a la vez tan cerca. Cada vez que recuerdo sus ojos mirándome, como si fueran fuego que se me clava en la mente... Lo siento Paula, he de irme. Toma estos billetes, quédate con el cambio.

-No tienes razón, oh no, ninguna razón. No seas tan cobarde, John, ¡John!


Al salir de aquel lugar tuve frío, reía y lloraba al tiempo. La calle estaba desierta. . Me sentí débil al mirar a la luna. Casi callado, suspiré, mientras hablaba lentamente:

-Amor, qué es sino un pozo de mentiras. Si miento al mirar al frente, oh Eros maldito agárrame fuerte, mátame si es preciso. Arroja mi vida al mar, como si los peces fueran mis deseos, y las olas un triste atardecer en las aceras de Venecia. Si ciudad de amores había de ser alguna, triste me siento al no tener cobijo. Y muero, sin quererlo, con un simple beso. Oh triste amada moribunda, mil veces dijiste que la vida era un sueño. Maldigo si cabe a los amantes hipócritas, maldigo las horas que pasan en este podrido infierno, maldigo un minuto dedicado a un sueño. ¿Hablo, si es posible, demasiado? Dime luna, que me miras con desprecio, si aguardas en tu lecho a un triste moribundo, si el amor lo cogiste por deseos de verme acostado sin consuelo, dime si me abrazas desde lejos por ser tan hipócrita, o si me matas lentamente por buscar a alguien que muera. Morirme, ahora, sí, sería posible. Despertar y ver la realidad del sueño. Sí, quizás sea lo mejor. Pero no me iré sin dejar mi amor. Volveré a llorar entre los muertos, volveré a gritar sin consuelo en el recuerdo, mataré si es preciso a los propios difuntos, por volver a verte, amada. Reitero, dejaré escrito mi sueño. Por si alguien desespera, oh luna mi alma te ofrezco. Tómala sin consuelo. Será tuya por siempre, si a cambio mi anhelo lo destrozas con tu furia. Saldré huyendo de esta maldita vida. Llámame, ahora luna, hombre muerto. Y mi último suspiro acógelo, como si de mi alimento precisaras. Y llévame callado, no atormentes a los vivos. Tan sólo me acuesto cansado. Y mi último suspiro, a tus manos se lo ofrezco. Lloraré, al final, defendiendo mis deseos. Si inciertos son aquellos, morirme será certero. Y aquí mi triste alma saldrá victoriosa del ardor del sueño. ¡Victoria! Gritaré al silencio. Cuando todo esté callado. Ahora duerme, querida. Ahora despierta. Mi alma expira rauda, en esta ira que me apaga, siento mi dolor incierto. Un segundo, otra vez. Ahora, soy tan sólo un fin. Ahora, tan sólo, vuelvo.

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