¿Tolerancia? ¿Marxismo? ¿Nación…? Un momento, criterio. El krátos del demos. La demo y la cracia. ¿Montesquieu? Ah, sí, ya recuerdo. La separación de poderes. Ya saben, esa idea ilustrada de un tal legislativo, un ejecutivo y un judicial. Y ya saben también, separados correctamente. Pero un momento, vayamos antes con el tema en cuestión: la tauromaquia y Cataluña. Bien.
La cuestión de la tauromaquia, esencialmente de las corridas, ha ensalzado patriotismo en unos y ha provocado náuseas en otros. Pero esta náusea –que no existencial- y este patriotismo, el debate, las palabras, las manifestaciones; todo esto suscita una pregunta: ¿Política u orgullo? El debate en cuestión suscita muchos dolores de cabeza, y muchas –demasiadas- palabras.
Como la paradoja de Sorites, Cataluña quiere encontrar el grano de arena que le defina como un montón Catalán; y como la paradoja de Teseo, quiere quitar partes de su esencia para dejar de ser un objeto español. Todo responde al deseo de la búsqueda de la identidad. Este punto de vista. Ahora bien, no es tampoco descartable la denuncia de la apología de la violencia que suscita el defender las corridas de toros, al igual que no es tampoco descartable el patriotismo en todos los casos.
Para hablar de nacionalismo, hablemos de nación. El sentimiento del nacionalismo, de oriente u occidente –entiéndase ideologías-, es el deseo de ser una nación con una propia identidad; una comunidad que quiere ser idéntica entre sí. Un mismo idioma –incluyendo la literatura-, una misma tradición, una misma historia. Pero el problema en realidad se aclararía con la voz del pueblo.
En un país como España, en el que reina una partidocracia encubierta por la palabra democracia, no es de extrañar que cada diputado esté condicionado cuando vota por el partido al que pertenece. Un hombre, un voto. ¿No? Mentira, nada, niente, anything. Lo que ocurre en realidad, y aquí me estoy refiriendo a España, es que el pueblo no elige a un diputado independiente, por separado… un momento. Ah, sí, ya recuerdo, Montesquieu. El legislativo está unido al ejecutivo. ¿Cómo? Y yo que creía que había separación y democracia…Pero sigamos con los novillos. La noticia trataba de algo claro. El gobierno catalán aprobó la prohibición de las corridas taurinas a partir del año 2012.
Afirmo rotundamente que la tradición de las corridas es algo terrible y angustioso, que venera la muerte sangrienta y dolorosa de un animal, inclusive su exhibición en público.
A lo largo de la historia, intelectuales como Miguel de Unamuno han calificado como bárbara esta violenta tradición. Sin embargo, no es posible dejar con indiferencia a aquellos que aman y se apasionan por las corridas.
La bravura de un toro es la juventud. Y en los espectadores se refleja el sentimiento más humano que existe: la nostalgia. Y es que la vida nos depara el camino, la odisea de un sendero incierto, las huellas que son el recuerdo y las lágrimas.
Por eso creo que lo que realmente nos empuja a vivir, lo que realmente nos alza y nos endereza en nuestra pequeña odisea, es lo sublime, kantianamente hablando; esto es, aquello que tiene cierto índice de mortalidad. El torero corre el riesgo de morir toreando, y el espectador corre el riesgo de que el toro vaya hacia ellos.
La adrenalina. A veces no es tan necesario ser fuerte en la vida, sino sentirse fuerte. Observar la bravura, mirarla, casi con indiferencia, y sentir un brote de empatía, aunque falsa, necesaria para el organismo del anciano nostálgico. Sí, eso es, ancianos nostálgicos, ancianos… mejor dicho, señores ausentes de bravura. La muerte del tiempo, con sabor a cieno antiguo y a brisa.
La apología de la violencia que hago ahora mismo, con mi discurso, con mi parole, no es más ni menos violenta que lo que podría ser la detracción de dichas palabras. Por eso me declaro abiertamente violento. Y, por ende, hipócrita. Me declaro de este modo porque no apoyo las corridas de toros, porque las veo sangrientas, porque las veo, no inhumanas, sino incoherentes.
Sin embargo, al proponer mi argumento de este modo, declaro abiertamente que estoy denunciando el sentimiento humano de la nostalgia. Decía Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, y que la sociedad lo corrompe. Ya saben, eso del Contrato social. Una gran obra de la ilustración. Pero entonces, si el ser humano es bueno por naturaleza, una de dos; o somos inhumanos, o el ser humano en la naturaleza no es humano.
Por eso yo quizá, como todos los que detractan las corridas, sea violento e inhumano; pero también podría considerarme como el mayor de los humanos, defensor de la paz y la no violencia, un beatnick, o sencillamente un Jack Kerouac. Un hombre de la generación beat, que, aunque no lo crean, no basa su vida tan sólo en las drogas y la psicodelia.
Pero sigamos con el tema. Según mis palabras, la vida es una paradoja. Y así vivimos, como crueles vagabundos vagando –valga- por la odisea mundanal –o la Space Oddity de Bowie, con los nuevos tiempos-. Pero si yo soy un beatnick, y los que hacen apología de la violencia son humanos en un mundo contrario a Rousseau, ¿Dónde está la belleza? ¿Dónde está lo moral y lo inmoral? ¿Dónde se encuentra lo correcto y lo incorrecto? ¿Dónde demonios me encuentro yo? ¿Y dónde te encuentras tú, lector?
Probablemente todos estamos perdidos. La ley, el mundo, el sueldo y el fisco; todo, absolutamente todo, es moral, y es inmoral. Por eso defender la violencia, o no defenderla, es caer en la relatividad, en el punto de vista, en la inexistencia de una verdad absoluta. Corriente relativista, pero quizá podamos desecharla si mentamos la unión. La verdad imparcial no es que no se moje, si no que se moja de la izquierda y la derecha, de la religiosidad y el ateísmo, del seguimiento y de la pasividad, de la vida y de la muerte. Por eso todos al apoyar una postura –cosa que siempre hacemos- somos partícipes de nuestra pequeña mentira atada al corazón.
Y eso es otra verdad: el corazón. Amigos, lectores, en estos malditos debates abundan pasiones políticas, pasiones monumentales de corazones faltos de verdad. Y aun siendo plenamente pesimista, he de decir que es muy difícil encontrar una verdad absoluta si no se cree en ella con el corazón.
Y esto acarrea que en toda ley y en toda enmienda haya un detractor y un partidario. De este principio de oposición nos habla sabiamente Julio Cortázar en el capítulo 73 de Rayuela: “El solo hecho de interrogarse sobre la posible elección vicia y enturbia lo elegible. Que sí, que no, que en ésta está… Parecería que una elección no puede ser dialéctica, que su planteo la empobrece, es decir la falsea, es decir la transforma en otra cosa. Entre el Yin y el Yang, ¿cuántos eones? Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo (…) “.
Como vemos, Cortázar nos lleva a la conclusión de que entre el Ying y el Yang la verdad debe ser creación. Debe ser tura, pero no en el sentido de algo prolongado –o quizá también-, pero más exactamente en el sentido de ese mismo morfema derivativo.
Por esto mismo hay que crear la verdad a partir del Ying y el Yang. Crear el mundo con las manos y la mente. Los toros prohibidos por ser violentos y por no formar parte de la tradición catalana. Los detractores de esta ley se oponen por ser amantes de la juventud y la bravura. Tenemos ambos bandos, bien.
Con todo en la mano, con las mangas repletas de argumentos, ahora, no en el centro, si no en la espiral que une a ambas partes, caminemos. Recorramos el mundo altibajo de la espiral de la verdad. Pero, ¿Cómo hacerlo?
Quizá el único remedio sea la imparcialidad, pero ahora bien, la imparcialidad no significa no mojarse, como ya he dicho antes. Hay que mojarse hasta la médula en esa imparcialidad, y entablar con ella la libertad de criterio y de opinión. Así, la legitimidad de la prohibición de los toros en Cataluña –y en cualquier parte donde aún sea legítimo- reside en que el propio individuo sea capaz de navegar de un sitio a otro.
Entonces, ¿Igualdad o libertad? Mucho me temo que así volveríamos al principio de oposición y habría que meterse de nuevo en la espiral de verdad que menté hace unas palabras. Probablemente, debería hablar de libertad igualitaria. Pero no voy a mancharles los sesos con palabras demagógicas.
Sí y no, ¿o simplemente sí? Ay, no sé si creerte del todo.
ResponderEliminarAy, paradoja, ay... ;)
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