martes, 2 de febrero de 2010

TODO EN LA VIDA UN LLANTO


Quizás la vida consista en sonreír, o en llorar cuando las sonrisas no aparecen. Nunca he sabido nada, ni he podido recordar nada. ¿Mi consuelo? Por qué preguntárselo. Aquel escenario estaba frío, y bien si tanto insisten se lo diré. Quería huir, marcharme tan lejos que, al correr, ni sintiera el deseo de parar, ni de respirar, ni de morir. Pero no sé caminar, lo descubrí el día en el que miré el horizonte de una manera especial, de esa manera con la que se miran las cosas especiales, y ví que me encontraba solo, en la misma parte del camino de mi vida. Que el tiempo había pasado, pero a penas para mí. Habían en mi espalda lluvias, terremotos e incendios; y yo, tan callado como atónito, era el mismo. Caminar es luchar, o vivir por algo. Pero yo no encontré las fuerzas para mentir al destino, y me encogí, y lloraba cuando sentía frío en los pies, porque mis calcetines nunca fueron suficientes. Porque soy, tal vez, muerto en vida. Porque no atiendo a nada, ni sonrío, ni camino.
Hoy he vuelto a casa, después de mucho tiempo. He vuelto a escuchar los temas que en un tiempo me llenaron de vida. Lo admito, no sabía por qué, ni cómo, pero en algún momento me aparte de la felicidad, para buscar un sorbo de errantes palabras sin consuelo, quizás. Oh, sí, sé que no recuerdo nada, y que no llegaré a recordar jamás. Lo sé todo, lo sé desde el principio. Me lo contaron las sombras, cuando me acostaba en los rincones, y lloraba hasta que la noche invadía el silencio de los tenebrosos árboles. No sé mentir. Se me nota demasiado. Pero ya no me hace falta. Ahora sé que la vida es un recuerdo, y aunque no pueda recordar, siempre podré imaginar al leer mis palabras. Y yo, que parado me compadezco, tiemblo. Porque no se rimar, ni mentir, ni recordar; porque me angustia el destino, porque tus sombras ya no son mis sombras, y muero cada vez que un beso es errado. Porque soy tan ausente como las flores en invierno.
La habitación poblaba, y yo ausente. Los sueños que un día llamaron a mi puerta, luces son en pequeños rincones de la habitación. Puedo casi ver un piano, casi también una guitarra, y muchos libros, y muchas hojas manuscritas con sucias palabras. ¿Recuerdos? No. Tan sólo piedras que clavándose me apuñalan. Son como el fuego que se arrastra por los bares en las noches de los hombres sin consuelo. Porque esas noches son suyas, siempre lo fueron. Siempre fueron ellos los que, callados, malhumoraban sus palabras, y reían cuando tapaban su dolor. Fueron ellos, y nadie más.
No puedo mirar atrás, porque no sé recordar. No sé nada, ni de nadie ni de mí. Hoy llueve. Hoy, quizás, vuelva a no saber. Lloraré, estoy seguro. Mas si cantaré en secreto, de nuevo escucharé viejos temas que me abriguen. Secaré mis lágrimas, o las dejaré marchar. Lo haré todo en un instante, para que cuando el tiempo sea mi guía pueda de nuevo observarte. Como cuando sabía recordar, y sabía que alguien lloraba. Alguien lloraba… Ahora, me parece, se levanta.

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