domingo, 7 de marzo de 2010

TANTO NOS DOLIÓ


Toda la vida es un caminar cansado por los senderos moribundos de la muerte. Pasé, es cierto, desapercibido, cuando la calle estaba desierta, y mi mente tan sólo pensaba. Tan sólo eso. Percibí olores, olores de todo. Palomas moribundas que escriben la poesía del viento, el olor a tierra mojada en la espesura de los ríos de la ciudad. Morí un poco cuando supe que debía de seguir caminando. Pero tuve que seguir, aunque pausado. Incluso tiritando. Las farolas comenzaban a apagarse, quizá demasiado temprano. Todo era tan pequeño que mi vida me resultaba pesada. Las calles, y las aceras, estaban muertas. Confiaba en que un coche me aplastara con rabia y dejara mis sesos de alimento. Pero no ocurrió. Seguí caminando hasta caerme al suelo. Todo se apagó.

Cuando desperté vi una sonrisa ante mí, que huyó con pausa al ver que despertaba. Era tan bella que me temblaron las piernas, y corrí, corrí tanto que la alcancé. Le dije: “Perdona,…perdona”. Me miró pausadamente, volvió a sonreír y me cogió de la mano diciéndome que no me preocupara. Entonces le di las gracias y me dijo que la acompañara. Me llevó hasta un puente sobre el río. No hablábamos, apenas hacíamos nada. Tan sólo, a veces, me engañaba. Pero yo no era joven, a pesar de mi aspecto. Como un tipo educado la despedí, aunque ella me agarraba cada vez más fuerte. Intenté soltarme, pero no pude. Entonces, me habló por segunda vez.

-¿Por qué te vas? ¿Por qué tan pronto?

-No lo sé, estoy perdido. Veo el mundo tan de lejos que no lo entiendo. Sabes, tú me encontraste tirado en la calle, y me acogiste por pena. Y no quiero ser compasión de nadie, no necesito para nada tus miradas de empatía. Tan sólo quiero huir, huir tan lejos que nadie me encuentre. Porque ya no me queda nada, y me canso de mirarlo todo y ser un ente aparte.

-Y si estás tan solo, ¿A qué tanto esperar? Mira, el río sigue su corriente abajo. Te dejo el paso libre para tirarte y acabar con todo esto. Tan sólo tienes que dar un paso más, y estarás liberado de esta soledad. Ahora irás con quienes quiera que te dejaran solo. Aunque ya no me tendrás a mí, ni a mi empatía. No tendrás la sensación de una vida austera, pero te quedará por conocer a la muerte. Y ella, querido amigo, es la que tendrá la última palabra.

-Bien sabes que no lo haría. Lo sabes, aunque no me conozcas demasiado. Tan sólo sabes de mí desde hace unos minutos, pero intuyes que tengo miedo a todo, y que la muerte me aterra. No soy tan valiente para el suicidio, lo admito. Quizá no estoy hecho para nada, ni siquiera para la muerte.

-Bah, todo eso es una pésima excusa, una excusa tan frágil que da pena oírte. Yo soy como tú, aunque no lo creas. Y sí, tengo familia, y amor, y tengo un recuerdo alegre y que no me atormenta. Y mi presente incluso es increíble. Te daría parte de mi vida, te lo aseguro, si pudiera. Pero no la necesitas.

-Y tan afortunada, ¿Por qué me has de decir eso? Yo soy austero, solitario, y perdí el amor. Mi recuerdo es un tormento tan grande que me encoge el alma. ¿Dices que eres como yo? Tú no eres como yo, nadie es como yo. Para ser como yo necesitarías ser mi misma persona, pero nadie es en vida tan parecido.

-Si tan seguro estás dímelo todo, huye, huye de aquí, déjame, y no me tendrás. Me perderás tan suavemente que ni te acordarás con el tiempo. Pero ahora dime, dímelo con seguridad. Dime con fuerza que ahora no me cogerás…-Se dejó caer hacia el río con los brazos extendidos. Corrí, corrí tan rápido que ni yo creí ser yo. Y entonces la sujeté con fuerza antes de que su peso la empujara.

-Estás enferma, estás loca, eres…eres…una histérica. Pero, ¿Qué demonios te ocurre? No sabes que podrías haberte matado. Si no hubiera intervenido a tiempo ahora serías pasto de la muerte.

-Pero ahora me tienes entre tus brazos, y yo sabía que me salvarías, podía confiar en ti. Porque aunque no lo creas, te has enamorado de mí. Y yo también te amo. Porque yo no tenía ni familia, ni amor, ni buenos recuerdos hasta que te conocí. Tú ahora eres toda mi vida, al igual que yo lo soy para ti. Y por eso me has cogido, porque si me cayera sabrías que habrías perdido lo poco que tienes en este mundo.

-Definitivamente estás enferma. Pero te diré que esta vida ya no nos pertenece, estamos atados a todo, privados de todo. Sabes, antes, cuando me conocías un poco menos, intuiste que no podría suicidarme, que no tendría valor. Y era verdad. Pero, aunque tuviéramos una gran historia, ¿Qué sería del uno cuando el otro muriera? Sabes, no merece la pena esperar.

La besé, la besé por primera vez mientras caíamos juntos hacia el río. Suspiré de rabia antes de tocar el agua. La corriente nos devoró con dulce furia, quizá el mar nos acogió lentamente, y tan callado que nadie se alteró. Lo fuimos todo en un instante, y tan raudamente volamos que nos sentimos como en casa.



2 comentarios:

  1. Lees ríos, lees almas, lees besos, lees puentes, lees calles vacías, lees tiempo, lees charcos, lees besos, lees vida.

    Y entonces lloras al tempo que ries, como mueres al tiempo que amas.
    Grácias por este relato trovador, reflejo mísmo en el río de las ánimas que lo miramos desde este puente.

    Siceramente extasiado, Caótico.

    ResponderEliminar
  2. Mil gracias, querido Caótico.

    Sí, quizá el río de las ánimas esté presente, y Virgilio acompañe el viaje. El amor se muere a la vez que nace, y Beatrice será esa dama, que te lleve a hacer de la muerte el más glorioso esplendor, y la eternidad sin tiempo.

    Un fortísimo abrazo.

    T.S.L.

    ResponderEliminar