jueves, 12 de marzo de 2009

EL FIN DE LA MUERTE

Me remito a una botella. Desolando sus caricias manchadas de dulce pasión. Visión turbada, mínima percepción, un dulce trago, un dulce desasosiego, una increíble mirada detrás de la barra. Apoyado sin respaldo, el humo resbala por mi pecho. Me siento en soledad, acompañado por mi mente. Una luz, un destello, una sonrisa. Mi corazón se mancha lentamente. En la estantería veo al culpable, Bourbon disecado. El viejo barman limpia un vaso mirando al horizonte, pensando en su desgraciada vida. En un espejo se refleja mi vaso, mi mano apoyada en el cenicero, al lado de la barra. Mi alma ya está agotada. Salgo a la calle.

Un destello en la noche se abre paso por el duro asfalto. Mi mirada yace en un crujido. La acera se eleva misteriosamente. Mi cuerpo está tirado, al lado de una colilla, cubierta de heces manchadas. De lado, el ardiente flujo etílico, la mirada al frente. Mis ojos cansados se cierran. Todo se nubla en gris, una noche. Sintiendo el frio de Enero, disfrutando del calor imaginario.

Aquella noche me dejó tirado. Mi vida se escapó. Las horas terminaron, convencido de la vida, convencido de mi alma. Todo acabó. Ahora descanso. Tirado eternamente, sin más deseo que morir en muerte, al lado de la esperanza vana. Claro, todos somos humanos. Lo vivo muere. Lo estremecedor es una pequeña cosa. Todo tiene un final, todo acaba, todo es finito... La Muerte es finita.

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