
Escondido,
como un sueño entre las nubes.
como la ceniza hambrienta,
escondido.
*
Hoy he caminado y he visto caminar
a la vida como el amor volaba.
He visto tanto que se borra mi recuerdo
y me adormece el día.
El día pasa triste y
con rosas marchitas.
Es otro sueño, otra mirada que
recuerda una palabra.
Eso fue, una palabra me abrazó
entre paso y paso.
Vimos llanto y alegría.
Vimos recuerdos ausentes,
y le contábamos al viento cuánto sueña un hombre.
La palabra marchó y no busqué otra.
Paseé solo, inquieto,
con el corazón húmedo y el rostro pálido.
Era preciso mirar por la ventana,
sentir la brisa, y descansar los pies
en la arena.
Enterrarlos profundamente
en la tierra.
Llorar con la vida y vivir con el llanto...
Eso fue todo.
Un camino bostezó y yo soñé en su canto.
*
Volvió la palabra a la noche
como si acabara la jornada.
Entonces la enterré con mis pies
y con la arena fría, y la busqué
luego.
Ya no estaba.
Leí al mundo de poesía para encontrarla.
Pero era mi palabra.
Todavía era mía.
Estaba
tan sólo buscando mis manos
y mis versos.
La oí por última vez mientras
moría con el cielo de noche.
La muerte me acompañó entonces
tras la vida.
Paseamos juntos.
El escalofrío fue terrible
y consolado.
Era entonces un amor.
El final odioso que acompaña a la vida,
como un opuesto ser que llora y que bosteza;
“Vamos” dijo la muerte.
*
Vaga, alma, vaga,
con la última palabra.
Con el sueño renovado;
con un beso.
Pide que alienten tu paso,
y deja a la vida en secreto.
Será nuestra. Sólo nuestra;
para que nadie la robe.
Ya no hay alba ni hay ocaso.
Un paso más y otra palabra
acabaron sin rumbo.
Pura, la vida, sin nada;
sin ocaso o sensación
resbaló entre mis manos.
Mantuve mi pecho helado,
y el corazón húmedo de llanto.
No es ahora, Tiempo, un instante perdido.
Sueño como ayer.
Yo sueño con una palabra;
con una sola.
Ella es mía, ya lo era antes.
Lo fue y lo será porque
volverán mis manos hacia ella,
como una brisa helada sonando
en la mañana.
- “¡Ay, amigo mio! Lo que es el corazón del hombre” Decía… decía Goethe. Y qué es el corazón del hombre. Qué sino un abrazo sin abrigo, un poblado sin almas, una vida sin aire. Ay, dime más amigo. ¿Encontraste algo? Tengo que oírlo.
- Y sin embargo ensordeces tu alma. Ay, amigo. He de hablarte reflexivamente, como tú me has hablado. He de hablarte, con el corazón, del corazón. Amigo mio, piensa en como la vida puede herir al más duro y pesado de los habitantes mundanos. Oh, ¿Encontraste el dolor? Ah, la retórica cuestión; el hombre herido camina sin retorno por el corazón abierto y desgajado, camina, camina…
- Ya menté a Goethe y al romanticismo que hiere de silencio el alma.
- ¿Hablas de sueños?
- Hablo del sueño.
- ¿Cuál?
- Calderón y el sueño. Estimemos la vida y el corazón del hombre con el sueño. ¿Qué vale un sueño? Me gustaría afirmar sin redundancia que el que sueña vive con el sueño y despierto vive muerto. Pero si el amor nos duerme, qué será la vida sino amor; amor al mundo, a la vida, y amor enamorado. Pues en el sueño dormido vive el alma apasionada. Así es todo, querido amigo.
- Hablas de sueños cual pintor embaucado en la obra. Sabes que sueñas, y en efecto hablas del sueño como el común vínculo del hombre. Mas no concibes tu inacceso a otra mente. Tus palabras entonces hacen de un particular un general; una parte por el todo. Largos lustros pasará el hombre concibiendo la vida como generalización de lo particular. Y sin embargo, ¿Cuán engañosas pueden ser las palabras de un hombre? ¿Qué compartir con palabras más que una idea de experiencias exteriores contaminada por la propia experiencia? ¡Ay, amigo mio! Vuelvo a ser reflexivo.
- Debe ser reflexivo en sus palabras. Mas le diré incluso que el sueño, con mi experiencia en la mano, es lo más parecido a la muerte; pero aun más vivo está el soñador que el que sueña. Es decir, un soñador siempre sueña, y por tanto siempre vive. El que sueña, sin embargo, está atado a una temporalidad que le hace estar muerto.
- En efecto, Bukosky.
- Quizá debamos resignarnos, o mantenernos vivos soñando.
- Al fin y al cabo Bukosky, no es más que un sueño.
- Non è più che uno sogno.
- ¿Sabe italiano Bukosky?
- Brian, hay muchas cosas que aún no le he dicho.
- Supongo que tendremos tiempo de hablarlo.
- Sonrío Brian. Debo ir a soñar o no me cogerán vivo.
- Sea un soñador, Bukosky.
- Arrivederci Brian.
- Adiós Bukosky, adiós.
Es la primavera.
Tú y el mar, sonámbulos, muertos,
en el invierno poderoso.
Cerrarás los ojos
y se abrirá el alma
de la anciana muerte.
Las montañas sufren en mis pasos
de hielo muerto en la bravura.
Levantan y queman clavos los áridos paisajes,
y mi vista espera.
Nunca traerás la primavera,
alma gélida.
Nunca verá el mar mis ojos
sin sentir el humo ardiente
del rostro que arde conmigo.
- Será la vida. Ella me hiere, querido amigo. No vivo por placer, eso nadie lo hace. Te lo aseguro. Ni de coña. Llevo sombrero, sí, es una manera de decir al mundo “¡Hey! Aquí estoy, y me gusta”. ¿Sabes? A veces tengo que caminar, así puedo hablar solo. Ya nadie habla solo Lenny. La música siempre ha sido algo así. Pero no quiero seguir hablando de mí, ¿Tienes un cigarrillo?
- Hay que joderse, un bar y no tienen café. Pues tráigame algo. Ves, Leonard, la gente ya no respeta nada.
- Tu novia ha muerto.
De súbito, el camarero comenzó a llorar.
- Pero Tom, ¿Qué has hecho?
- Lenny, ella nunca podrá detener la primavera.
Sin palabras para morir sigo vivo,
en este instante mis palabras
no permiten mi muerte.
En este mismo momento
de viento sin bravura,
de llantos sin miel,
de abrazos sin piel morena.
Nadie permite mi muerte
porque sigo vivo.
En los versos y en todo
permito que se llore y que mi piel
arrastre las lágrimas.
Mis manos me dieron el mar,
y los labios pesados del invierno
me abrazaron con nieve.
Pido silencio, en este instante
de orugas sin hogar.
De saliva sin techo buscando
dientes solitarios,
e incluso encías.
Viviendo por veredas desoladas
que lloran conmigo.
Camino por esa larga acera de barro,
y nadie me ignora.
Y en la sombra mueren genios sin saber de su magia, concebida mucho tiempo antes de nacer (Duncan Dhu).
Subí las escaleras con la esperanza de encontrar la calma. Ah, la vida; y lo duro que me sería decir lo peligroso que era cada escalón. Eran cuatro. Cuatro, tan sólo, y vacilé: pensé demasiado.
Amaneció lentamente en aquel valle de lágrimas. Era un desierto inmenso, tan inmenso que el universo se encogía ante sus pies cansados de habitar la existencia. Arriba, en la cima, la cumbre de los escalones, había un hombre tan alto que todo era pequeño. Mi vista sólo alcanzaba hasta su cintura, pero pude oír su voz. - ¿Quién va? – dije gritando.
- ¿Osarías malhumorarme? ¿Crees que no soy real? Atento ahora, oh, mortal; mírame bien. No te diré cómo has de subir los escalones, ni en qué has de pensar. Mas te diré una frase que te dará la solución. Atento: “Hoy ha nevado”.
Tras esto, el gigante desapareció. Cuán horripilante resultaba ahora la vida. Mas caminé sin miedo. Me rasqué mil veces la cabeza, pensando en los motivos de mi tormenta interior. No podría saberlo, nada tenía que ver con la nieve. Absolutamente nada. No encontré a nadie, tan sólo al viento que horrorizado poblaba la inmensidad. Me senté, piernas cruzadas, frente al primer escalón. No era más alto que una caja de zapatos, pero por algún motivo extraño, cuando me decidía a superarlo, mis piernas se engarrotaban y caía al abismo. –Oh, vida perniciosa-, me dije. Suspiré.
Entonces volví a pensar en la frase. ¡Nieve! ¡Maldita nieve! Aquí, en el desierto más vacío. ¡No! No es posible. Ah, paradoja.
Seguí parado frente al pequeño escalón. Pero ahora mi mente que callada ardía descubrió un pequeño símbolo. Un copo que miraba fijamente mi rostro. Fruncí el ceño con desesperación y rabia. Levanté mi cuerpo y proferí al cielo agresivos insultos que al viento y a las nubes asustaban. Me eché en el suelo y comencé a rodar, hasta que una piedra golpeó mi cabeza. De pronto vi una inmensa tormenta de nieve; áspera, fría, que rodaba por mi cuerpo. Levanté, y no sabía nada. La nieve lo poblaba todo, y los escalones habían desaparecido; y me volví a perder. Caminé, caminé tanto que perdí la senda que había cogido.
Mortal entierro es mi llama que la nieve apagaba. Agotado, caí suavemente en la espesura. La nieve me enterró con suavidad. Pero antes pude ver el escalón de nuevo frente a mí, en lo alto. Y el valle de nuevo desierto y soleado. Ah, cuán confusa mi mente ardía. Intenté caminar hacia arriba, pero era imposible.
Seguía nevando, y conforme la nieve crecía pude ver como me acercaba al escalón. Sonreí, ahora, como un iluso. Estaba tan sólo a unos metros, y paró de nevar. Salté para intentar agarrarlo. Pero no alcanzaba. Llorando de rabia, me senté en la pared. Me vi en la misma situación, parado frente a mi más puro objetivo. Pero algo había cambiado. Ya no estaba grabado a fuego el copo de nieve en el escalón.
Reí con el viento y su enemigo. Reí, por la vida; por mi vida. El amanecer me abrigó mientras dormía. Abrí los ojos, muy lentamente. Quedé, sin paso, callado. El viento bailaba al son de los árboles, y sus idas y venidas morían cada vez que lloraba el cielo. Este suspirar que suspira entre los campos, y este malhumor que lo acompaña. Mentí al cielo, y a mi calma sonreí. No volví a encontrar mis sueños en la vida de mis días. No volví a mentir. Reí con el viento; y hablé con su enemigo. Todo pasó rápido. En un segundo ví venir los rayos que amenazaban con matar la noche, y pasé desapercibido. Lloré como un alma que llora por no tener abrigo, hasta que el sol nació por completo. Estiré lentamente mis brazos, tan lentamente que si hubieran conocido mi vida las gaviotas no hubieran pensado que estaba muerto. Miré de reojo la vida, y hable con ella y con las aves. La vista de la ciudad temprana, y la espesura de mi mente en mi espalda. Todo pasó rápido, como una vida que se estrella ante los árboles. Como un sueño que muere tras firmar su sentencia, ante todos los que viven de deseos y Dionisos alaba sus almas. Pensé llorar de nuevo, pero reí. Reí con el viento y su enemigo. Como cuando mi vida era mi vida, y mis abrazos mi castigo.
Mis lágrimas son mis besos empapados en sudor.
Oh, fui, seré, y sí,
a veces recuerdo
que lloré frente a los árboles en otoño.
Mil veces; mil, y a veces
tantas que no recuerdo.
Oh, cuantas veces fui
Y tú fuiste en mis versos mi dolor,
Aunque admira mis cantos
Que hierven de rabia y lamento.
Porque no caerán presos de la vida,
Serán, al margen, otra.
Y temblarán.
Temblarán por verte,
Mas no tienen miedo.
Son presos de la vida
y a la vez libres de todo.
Son ideales, amores minuciosos
que hierven en silencio.
Son ideales
que no mueren.
Tranquila, mujer, serán ellos
quienes te abracen por la noche,
cuando sientas a tu alma embriagada en el silencio.
Te abrazarán, y te besarán.
Te miraran tanto que enamorada
los mancharás de lágrimas,
y serán tu llanto secreto.
Toda la vida es un caminar cansado por los senderos moribundos de la muerte. Pasé, es cierto, desapercibido, cuando la calle estaba desierta, y mi mente tan sólo pensaba. Tan sólo eso. Percibí olores, olores de todo. Palomas moribundas que escriben la poesía del viento, el olor a tierra mojada en la espesura de los ríos de la ciudad. Morí un poco cuando supe que debía de seguir caminando. Pero tuve que seguir, aunque pausado. Incluso tiritando. Las farolas comenzaban a apagarse, quizá demasiado temprano. Todo era tan pequeño que mi vida me resultaba pesada. Las calles, y las aceras, estaban muertas. Confiaba en que un coche me aplastara con rabia y dejara mis sesos de alimento. Pero no ocurrió. Seguí caminando hasta caerme al suelo. Todo se apagó.
Cuando desperté vi una sonrisa ante mí, que huyó con pausa al ver que despertaba. Era tan bella que me temblaron las piernas, y corrí, corrí tanto que la alcancé. Le dije: “Perdona,…perdona”. Me miró pausadamente, volvió a sonreír y me cogió de la mano diciéndome que no me preocupara. Entonces le di las gracias y me dijo que la acompañara. Me llevó hasta un puente sobre el río. No hablábamos, apenas hacíamos nada. Tan sólo, a veces, me engañaba. Pero yo no era joven, a pesar de mi aspecto. Como un tipo educado la despedí, aunque ella me agarraba cada vez más fuerte. Intenté soltarme, pero no pude. Entonces, me habló por segunda vez.
-¿Por qué te vas? ¿Por qué tan pronto?
-No lo sé, estoy perdido. Veo el mundo tan de lejos que no lo entiendo. Sabes, tú me encontraste tirado en la calle, y me acogiste por pena. Y no quiero ser compasión de nadie, no necesito para nada tus miradas de empatía. Tan sólo quiero huir, huir tan lejos que nadie me encuentre. Porque ya no me queda nada, y me canso de mirarlo todo y ser un ente aparte.
-Y si estás tan solo, ¿A qué tanto esperar? Mira, el río sigue su corriente abajo. Te dejo el paso libre para tirarte y acabar con todo esto. Tan sólo tienes que dar un paso más, y estarás liberado de esta soledad. Ahora irás con quienes quiera que te dejaran solo. Aunque ya no me tendrás a mí, ni a mi empatía. No tendrás la sensación de una vida austera, pero te quedará por conocer a la muerte. Y ella, querido amigo, es la que tendrá la última palabra.
-Bien sabes que no lo haría. Lo sabes, aunque no me conozcas demasiado. Tan sólo sabes de mí desde hace unos minutos, pero intuyes que tengo miedo a todo, y que la muerte me aterra. No soy tan valiente para el suicidio, lo admito. Quizá no estoy hecho para nada, ni siquiera para la muerte.
-Bah, todo eso es una pésima excusa, una excusa tan frágil que da pena oírte. Yo soy como tú, aunque no lo creas. Y sí, tengo familia, y amor, y tengo un recuerdo alegre y que no me atormenta. Y mi presente incluso es increíble. Te daría parte de mi vida, te lo aseguro, si pudiera. Pero no la necesitas.
-Y tan afortunada, ¿Por qué me has de decir eso? Yo soy austero, solitario, y perdí el amor. Mi recuerdo es un tormento tan grande que me encoge el alma. ¿Dices que eres como yo? Tú no eres como yo, nadie es como yo. Para ser como yo necesitarías ser mi misma persona, pero nadie es en vida tan parecido.
-Si tan seguro estás dímelo todo, huye, huye de aquí, déjame, y no me tendrás. Me perderás tan suavemente que ni te acordarás con el tiempo. Pero ahora dime, dímelo con seguridad. Dime con fuerza que ahora no me cogerás…-Se dejó caer hacia el río con los brazos extendidos. Corrí, corrí tan rápido que ni yo creí ser yo. Y entonces la sujeté con fuerza antes de que su peso la empujara.
-Estás enferma, estás loca, eres…eres…una histérica. Pero, ¿Qué demonios te ocurre? No sabes que podrías haberte matado. Si no hubiera intervenido a tiempo ahora serías pasto de la muerte.
-Pero ahora me tienes entre tus brazos, y yo sabía que me salvarías, podía confiar en ti. Porque aunque no lo creas, te has enamorado de mí. Y yo también te amo. Porque yo no tenía ni familia, ni amor, ni buenos recuerdos hasta que te conocí. Tú ahora eres toda mi vida, al igual que yo lo soy para ti. Y por eso me has cogido, porque si me cayera sabrías que habrías perdido lo poco que tienes en este mundo.
-Definitivamente estás enferma. Pero te diré que esta vida ya no nos pertenece, estamos atados a todo, privados de todo. Sabes, antes, cuando me conocías un poco menos, intuiste que no podría suicidarme, que no tendría valor. Y era verdad. Pero, aunque tuviéramos una gran historia, ¿Qué sería del uno cuando el otro muriera? Sabes, no merece la pena esperar.
La besé, la besé por primera vez mientras caíamos juntos hacia el río. Suspiré de rabia antes de tocar el agua. La corriente nos devoró con dulce furia, quizá el mar nos acogió lentamente, y tan callado que nadie se alteró. Lo fuimos todo en un instante, y tan raudamente volamos que nos sentimos como en casa.
Marcharé, amigos, marcharé.
Y me escucharéis, quizá.
Aunque despacio
habré de ser discípulo del tiempo.
Marcharé y sí, será
para no volver a veros,
amigos.
Marcharé tan despacio
que el viento me guiará por la espesura.
Marcharé, aunque despacio,
y os aseguro que me costará volver.
Pero tranquilos, amigos, tranquilos;
vosotros también volaréis lejos.
Quizá no despacio, ni rápido.
Quizá tan sólo voléis para no volver,
y viajéis conmigo y con el viento.
Y yo seré, seré tan viejo
que una eternidad impura
me agarrará fuerte las manos,
como si fuera frágil, amigos.
Volveré con el pan entre los brazos,
y volveré despacio, y callado.
Quizá vuelva y seamos distintos,
mañana, u hoy.
El tiempo acabará.
El tiempo amigos
nos llamará extrañamente a pasear.
E iremos con él, tan callados
que no querremos escapar.
Oh amigos ¿Lo sabéis?
Somos como el viento que nunca quiso volver.
Somos piedras y fuego y llantos,
Como dos gotas de agua en un cristal.
Pero volveremos, amigos,
mirando orgullosos al cielo,
sintiéndonos puramente vivos.
Volveremos a reírnos de la vida
y tras haber recorrido millas con el viento
seremos como hermanos.